miércoles, 5 de agosto de 2009

La memoria a la intemperie

El recuerdo, necesidad loca de revivir lo vivido con la fuerza de una visión, brota sin cultivo ni propósito. Simplemente sucede. Se recuerda porque ese recuerdo forma parte de la vida y en ocasiones actúa como si fuera un músculo avivado por un aguijonazo. De modo ingobernable. Imposible reprimirlo o ignorarlo; posible, sí, olvidarlo, fingir desmemoria y sortear así la quemazón que provoca. El recuerdo, un acuerdo con la memoria. Porque la memoria es subversiva, subvierte el presente, por un momento lo sumerge en sombras, en una sabiduría sombrosa que ayuda a presentir el futuro.

Hay personas que profesan y alientan el recuerdo del olvido. Son los que, al decir de León Rozitchner, “quieren una protesta sin ruido, una acción sin presencia, una existencia sin huella: una protesta que no exista como protesta. Quieren que los despojados y condenados a la lenta pena capital del hambre, la enfermedad y la muerte jueguen al oficio mudo: sin hablar y sin reír, como juegan los niños. Que no ejerzan una presencia que disturbe ese sueño sin pesadillas de los justos”.

Los muros y paredes de las barriadas de Rosario son subversivos. Tienen el raro atributo de soltar palabras; de reunir, en imágenes cargadas de calor y color, pasado y presente, memoria que alborota, recuerdos que echan a rodar el mecanismo de la rebeldía. En Ludueña hay un muro que dice: “Cuando la cana nos tira, el que apunta es el gobierno”.

Gustavo Martínez le puso letra al despropósito, al aquelarre que se apoderó de las calles en los días de diciembre del 2001. Me contaron que una noche lo asaltó una carretada de pulsiones y como un lunático se plantó de cara al teclado y dejó que sus dedos comenzaran a moverse solos, excitados por la angustia y el sinsabor. Sus palabras son un ramalazo de evocación. Refieren la obscenidad del sistema.

Los murales del grupo Arteporlibertad hablan de los despojados y condenados, traen a la memoria la acción con presencia, la existencia con huella. La memoria a la intemperie. Nada de memoria ahogada en un museo. La memoria tiene patas. La memoria detesta que la encierren en la sala de un museo. La memoria es huérfana de tiempo y ocasión. Necesita merodear. Necesita absorber aire. Busca. La memoria indaga. Es insoportablemente empeñosa. La memoria. Se mete a toda hora en la cabeza. No duerme, no se toma respiro. Está, digamos, al acecho.

La memoria, en este libro, ataca. Y lo bien que hace en hacerlo.

En las páginas que siguen, el encuentro de las palabras de Gustavo con los murales que refieren la vida de personas que, como la tierra, exhalan el perfume y el vigor de lo inexpugnable, de lo permanente.

Creo haber escrito estas últimas dos líneas, o cosa parecida, en algún libro. Vale. Es que en la Argentina las historias de malamuerte se repiten con perversidad.

Hernán López Echagüe, agosto de 2009

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